JORGE ELIECER GAITAN
En su tesis de grado como abogado de la Universidad Nacional en 1924, Gaitán se declaró socialista y hasta incorporó muchos de los postulados marxistas en su lectura de la realidad. Sin embargo, no proponía un cambio radical del sistema sino una transformación gradual que beneficiaria no sólo a las clases populares sino a sectores medios y de empresarios. Para ello proponía apoyarse en el partido liberal. Años después, y luego de un corto viaje de estudios a Italia, se haría conocer públicamente por sus denuncias en el Congreso sobre la masacre de las bananeras de 1928. Esto le labró una aureola de defensor de los sectores más excluidos de la sociedad, cosa que además practicó como abogado. Su profesión también le aportó una confianza casi ciega en el sistema jurídico y en las posibilidades personales de redención de las clases menos favorecidas, rasgos de su posterior caudillismo.
A lo largo de su trayectoria política fue consecuente con la estrategia del cambio desde el partido liberal, salvo a principios de los años 30 cuando creé la efímera Unión Nacional de Izquierda Revolucionaria (UNIR). Gaitán sostuvo en esta oportunidad que ambos partidos tradicionales compartían el mismo proyecto oligárquico. Tampoco consideraba al flamante partido comunista como la alternativa, pues proclamaba un cambio revolucionario de la economía capitalista y del Estado, elementos que Gaitán consideraba cruciales en su estrategia de transformación gradual. Aunque el lenguaje del unirismo era bastante radical, nacionalista y hasta marxista, muy similar al estilo del APRA peruano, no faltaron alusiones de simpatía por Benito Mussolini. Se hacían evidentes los principales componentes del discurso gaitanista: cambio pacifico y gradual, alianza entre clases populares y empresariales, nacionalismo moderado y oscilaciones en el lenguaje entre el marxismo y el fascismo. En la práctica, la UNIR no logró ser un partido de masas, sino que se limitó a controlar algunas asociaciones campesinas en el Sumapaz y sindicatos, especialmente del transporte, en las grandes ciudades. Luego del fracaso electoral de 1934, Gaitán retornó a las filas liberales para no apartarse más de ellas.
El presidente López Pumarejo premió este gesto años después con la alcaldía de Bogotá. Fue la primera vez que Gaitán ejerció autoridad y, la verdad, no le fue bien. Al llevar a la práctica sus ideas de educación del pueblo, le otorgó prioridad a la higiene y a la presentación personal como símbolos de mejoramiento social. Por ello prohibió el uso de ruanas y alpargatas en la ciudad e intentó uniformar a lustrabotas y chóferes. Estos, en respuesta, organizaron una huelga que lo obligó a renunciar. De la amarga experiencia sacó la lección de oír más a los sectores populares en sus necesidades reales.
Su paso posterior por los ministerios de Educación y de Trabajo fue más exitoso y le garantizo las simpatías de maestros y de trabajadores de base. Cuando la segunda administración de López Pumarejo estaba derrumbándose, Gaitán se lanzó a la oposición denunciando duramente a su antiguo benefactor y a sus aliados, el comunismo y la CTC entre ellos. El choque con el sindicalismo marcar al movimiento gaitanista que, al contrario de otros populismos del subcontinente, como el peronista, no contar con organizaciones sociales distintas de los comandos de base propios. Ello y el rígido control caudillista, hicieron que el movimiento prácticamente desapareciera a la muerte de su dirigente.
Otros rasgos del gaitanismo de los años cuarenta fue su imprecisión programática.
Lo más cercano fue el discurso del Teatro Colón en 1945, que se podría sintetizar en una reforma agraria moderada que fortaleciera la economía campesina; una política tributaria que grabar? las tierras y la renta, más no las ganancias industriales y los salarios; la nacionalización de algunas industrias como la petrolera y el transporte, no así la banca; la participación de los trabajadores en las utilidades de algunas industrias y la representación del gobierno en las juntas directivas de todas las empresas privadas. En síntesis, era un programa de orden corporativo que buscaba industrializar al País sin amenazar el capitalismo. Pero más que un programa atractivo, lo que explica el éxito de Gaitán fue la canalización del desencanto popular con las promesas frustradas de la República Liberal.
A pesar de lo impreciso y moderado del programa de gobierno, Gaitán asusto a las elites de los dos partidos, posiblemente por la eficacia con la que movilizó a los sectores excluidos de la ciudad y el campo, sin distingos de color político. Las impresionantes concentraciones convocadas por el caudillo mostraban su magnetismo y su control de las multitudes. Aun muerto fue un dolor de cabeza para las elites, no sólo por la insurrección urbana que desató sino por la inestabilidad que podría seguir generando. Su entierro tuvo que ser pospuesto por varios días y, contra la tradición política de sepultar en el Cementerio Central a los grandes personajes, se le dio la casa por tumba. Con el tiempo se trató de borrar su herencia por la combinación del olvido con la integración de lo que quedó de sus cuadros así como de algunos elementos programáticos al partido liberal. Su legado, sin embargo, parece sobrevivir en la mentalidad popular, en la misma forma inorgánica en que Gaitán lo alimentó. El gaitanismo fue sin duda uno de los mejores ejemplos de movilización socio-política y de expresión pública de los sectores excluidos que rara vez participan en la vida nacional. Por eso, aunque Jorge Eliécer Gaitán nunca gobernó al país, es un referente ineludible cuando se habla de la política moderna en Colombia.